Con mi chándal y mis tacones, "arreglá" pero informal
Durante dos tardes a la semana soy voluntaria en un centro donde trato de conseguir trabajo, y por eso soy voluntaria, porque sinceramente, los voluntariados me parecen un timo y si os parezco una desalmada os lo explico.
El caso es que mi función allí anda a caballo entre la de psicóloga y la de educadora social...educadora social, vaya expresión. Es decir, que debo asesorar a personas descarriadas, exdrogodependientes en este caso, como comportarse en la sociedad, como ser uno más, un capullo más.
A pesar de lo que la mayoría pueda pensar, hay personas con verdaderas dificultades para sacar su vida adelante, muchas historias no se componen de una de cal y una de arena, sino que están cubiertas de arena hasta las orejas y en otras ocasiones no es la debilidad, la falta de carácter o de picardía lo que hace caer, cuestionarse todo en exceso también desmotiva a cualquiera. En cualquier caso no creo que ninguno nos librásemos si nuestra vida se llevase a juicio, en cualquier caso... quienes somos nosotros para juzgar lo que no conocemos.

Ahora bien, a juzgar es a lo primero que se aprende, es casi un acto reflejo... Tengo que premiar sus actitudes adaptativas y censurar las que no lo son, cuando muchas son verdaderas genialidades y esto... me confunde. Tengo que hacer verdaderos esfuerzos porque se quiten el chándal del carrefour “Anidas” para ir a comprar, guerras dialécticas interminables para que no salgan en chancletas de piscina con calcetines, convencerles de que su forma de hablar, su lenguaje e incluso su tono no les hace ningún favor ahí fuera y lo que resulta más duro, hacerles creer que pueden llegar lejos, que pueden volver a tener una vida digna y que el chico de recursos humanos con el que tienen la entrevista de trabajo se fijará en su valor como trabajadores y no en sus dientes picados. Dicho esto, con su camisa nueva “recién planchá”, sus pantalones de pinzas, sus castellanos, su pelo engominado, llenos de esperanza y la cabeza bien alta sale a la calle.
Después de tres horas vuelven los mismos tipos derrotados a los que hice disfrazarse y levantar la cabeza para ver las caras de desprecio de la gente que pasea por la calle, de quien les atiende en los comercios o de quien huye despavorido cuando preguntan la hora. Una vez más tenían razón ellos, para esto es más cómodo el chándal y las chanclas que no hacen rozaduras.
El caso es que mi función allí anda a caballo entre la de psicóloga y la de educadora social...educadora social, vaya expresión. Es decir, que debo asesorar a personas descarriadas, exdrogodependientes en este caso, como comportarse en la sociedad, como ser uno más, un capullo más.
A pesar de lo que la mayoría pueda pensar, hay personas con verdaderas dificultades para sacar su vida adelante, muchas historias no se componen de una de cal y una de arena, sino que están cubiertas de arena hasta las orejas y en otras ocasiones no es la debilidad, la falta de carácter o de picardía lo que hace caer, cuestionarse todo en exceso también desmotiva a cualquiera. En cualquier caso no creo que ninguno nos librásemos si nuestra vida se llevase a juicio, en cualquier caso... quienes somos nosotros para juzgar lo que no conocemos.

Ahora bien, a juzgar es a lo primero que se aprende, es casi un acto reflejo... Tengo que premiar sus actitudes adaptativas y censurar las que no lo son, cuando muchas son verdaderas genialidades y esto... me confunde. Tengo que hacer verdaderos esfuerzos porque se quiten el chándal del carrefour “Anidas” para ir a comprar, guerras dialécticas interminables para que no salgan en chancletas de piscina con calcetines, convencerles de que su forma de hablar, su lenguaje e incluso su tono no les hace ningún favor ahí fuera y lo que resulta más duro, hacerles creer que pueden llegar lejos, que pueden volver a tener una vida digna y que el chico de recursos humanos con el que tienen la entrevista de trabajo se fijará en su valor como trabajadores y no en sus dientes picados. Dicho esto, con su camisa nueva “recién planchá”, sus pantalones de pinzas, sus castellanos, su pelo engominado, llenos de esperanza y la cabeza bien alta sale a la calle.
Después de tres horas vuelven los mismos tipos derrotados a los que hice disfrazarse y levantar la cabeza para ver las caras de desprecio de la gente que pasea por la calle, de quien les atiende en los comercios o de quien huye despavorido cuando preguntan la hora. Una vez más tenían razón ellos, para esto es más cómodo el chándal y las chanclas que no hacen rozaduras.