martes, diciembre 04, 2007

Eran las 10 de la mañana, bajé las escaleras rápidamente, tenía los ojos hinchados de tanto llorar y aún llenos de lágrimas, al abrir la puerta del portal un espléndido sol de domingo me hizo agachar la cabeza, se reflejaba sobre los coches, sin dejarme ver si los taxis iban libres u ocupados. Tenía el cuerpo agotado, me sentía mareada, asustada y sobre todo sola. Odiaba llevar tacones a esas horas y aun más su sonido, los restos de rimel, la cara descompuesta…

Mientras el taxi me llevaba a casa, todas sus palabras retumbaban en mi cabeza, la sensación de sus manos sujetándome con fuerza me daba escalofríos, todo olía a el…sólo quería llegar a casa, ducharme y cobijarme bajo mis sabanas. El taxista no paraba de mirarme por le retrovisor, yo era incapaz de controlar los sollozos.

Cuando abrí la puerta mi madre me esperaba con una cara de enfado monumental, me miró durante unos segundo, me abrazó fuerte y me dijo ”pero que te ha pasado hija…”